Me desperté y entendía poco. Realmente no entendía nada. El motor hacía mucho ruido y la cabeza me dolía sobremanera. Miguel estaba manejando (como de costumbre) y tenía un pitillo en la boca, exhalaba bocanadas de humo como un ferrocarril. Le pregunté dónde demonios nos encontrábamos, si estábamos yendo para algún lugar debido a que no recordaba nada. Vos y tus borracheras - me respondió socarronamente – estamos yendo a lo del Guille. Enseguida me quedé tranquilo, porque en lo de mi primo siempre está todo muy bien, siempre se está bien.
El trayecto no duró más que media hora (partiendo desde la hora en que me desperté, estábamos recién por Ituzaingó) y aproveché para releer unas frases inconexas que había escrito la noche anterior. Este destino mío de escritor sin futuro, no logro entender por qué escribo tanto.
Al llegar a la casa de Guillermo, nos esperaba con una sonrisa de día nublado y con una Quilmes en la mano izquierda: Buenas tardes doctores, ¿apetecen un trago? Miguel respondió inmediatamente pero claro, mi amigo y yo lo seguí por ese largo pasillo que tiene la casa de mi primo en Luján (más lejos no podía vivir el desgraciado, yo me pregunto todavía por qué siempre vamos tan lejos con Miguel).
En la sala de estar (o intento de) se encontraba su novia, una gorda espantosa, con tres críos mirando a Barny en la televisión. Para mí era demasiado todo eso junto, no podía soportar tanta realidad con sólo 2 horas de sueño (seguro que fueron más, pero me sentía exhausto), así que me fui para la habitación de Pablito (el hermano de mi primo, que no es su hermano, historia larga que no explicaré aquí) y me tiré en la cama. A los cinco minutos aparecieron Raquelita y Juancito, los hijos de la gorda, cantando estupideces de la televisión. Enseguida vino Guillermo y los echó cual raid contra mosquitos. Me ofreció un habano, le dije no gracias, no fumo... a estas horas por lo menos y él entendió. Me dejó un porrón de Quilmes y se fue tarareando “y dale alegría, alegría a mi corazón” para la cocina, donde estaba Miguel comiendo un sándwich de mortadela (sé que estaba comiendo eso porque desde la habitación se puede ver la cocina, estructura bastante pictórica la de esa casa) y escuchando el partido Newells – Banfield.
En ese entonces tenía las ideas muy desordenadas (no digo que ahora estén en sus respectivos cajones, archivadas y etiquetadas como todo buen memorioso, pero estoy mejor que antes) y no distinguía bien el mundo real del de los sueños (o en su defecto, el que causaba el estado de ebriedad).
Si bien buscaba la calma yo, cuando salíamos con los chicos, siempre terminaba en la peor esquina del burdel de cuarta al que íbamos. No me arrepiento de haber sido así con ellos, sí me arrepiento de haberme olvidado tanto, tantas palabras que seguro dije y que no tienen ahora valor alguno... Es terrible, por lo menos para alguien como yo que le gusta escribir, que suceda esto. Las palabras son demostraciones, fonemas, de lo que uno siente, piensa. Uno le da forma al pensamiento con la palabra, con el verbo, con la verborragia. Pero no recuerdo casi nada. Y me sentía tan bien saliendo con ellos... Lástima que a Guillermo lo agarró la cana (por un tema de marihuana, yo muy enterado no estoy, ni quiero estar) y Miguel desapareció con Pablito, nunca hubiera imaginado que tenían una relación.
Yo por mi parte, no voy a decir que me regeneré, porque sería mentira. Lo que sí puedo afirmar, sin mentir ni dudar, es que voy recopilando todo lo que escribo. Máquina de escribir en mano, siempre que puedo, desato el cordón de mis ideas y transcribo lo que me viene a la mente... Tal vez sea por eso mismo que yo escribí todo esto que estás leyendo ahora, sin saber bien yo (ni vos tampoco) si fue real o no.
El trayecto no duró más que media hora (partiendo desde la hora en que me desperté, estábamos recién por Ituzaingó) y aproveché para releer unas frases inconexas que había escrito la noche anterior. Este destino mío de escritor sin futuro, no logro entender por qué escribo tanto.
Al llegar a la casa de Guillermo, nos esperaba con una sonrisa de día nublado y con una Quilmes en la mano izquierda: Buenas tardes doctores, ¿apetecen un trago? Miguel respondió inmediatamente pero claro, mi amigo y yo lo seguí por ese largo pasillo que tiene la casa de mi primo en Luján (más lejos no podía vivir el desgraciado, yo me pregunto todavía por qué siempre vamos tan lejos con Miguel).
En la sala de estar (o intento de) se encontraba su novia, una gorda espantosa, con tres críos mirando a Barny en la televisión. Para mí era demasiado todo eso junto, no podía soportar tanta realidad con sólo 2 horas de sueño (seguro que fueron más, pero me sentía exhausto), así que me fui para la habitación de Pablito (el hermano de mi primo, que no es su hermano, historia larga que no explicaré aquí) y me tiré en la cama. A los cinco minutos aparecieron Raquelita y Juancito, los hijos de la gorda, cantando estupideces de la televisión. Enseguida vino Guillermo y los echó cual raid contra mosquitos. Me ofreció un habano, le dije no gracias, no fumo... a estas horas por lo menos y él entendió. Me dejó un porrón de Quilmes y se fue tarareando “y dale alegría, alegría a mi corazón” para la cocina, donde estaba Miguel comiendo un sándwich de mortadela (sé que estaba comiendo eso porque desde la habitación se puede ver la cocina, estructura bastante pictórica la de esa casa) y escuchando el partido Newells – Banfield.
En ese entonces tenía las ideas muy desordenadas (no digo que ahora estén en sus respectivos cajones, archivadas y etiquetadas como todo buen memorioso, pero estoy mejor que antes) y no distinguía bien el mundo real del de los sueños (o en su defecto, el que causaba el estado de ebriedad).
Si bien buscaba la calma yo, cuando salíamos con los chicos, siempre terminaba en la peor esquina del burdel de cuarta al que íbamos. No me arrepiento de haber sido así con ellos, sí me arrepiento de haberme olvidado tanto, tantas palabras que seguro dije y que no tienen ahora valor alguno... Es terrible, por lo menos para alguien como yo que le gusta escribir, que suceda esto. Las palabras son demostraciones, fonemas, de lo que uno siente, piensa. Uno le da forma al pensamiento con la palabra, con el verbo, con la verborragia. Pero no recuerdo casi nada. Y me sentía tan bien saliendo con ellos... Lástima que a Guillermo lo agarró la cana (por un tema de marihuana, yo muy enterado no estoy, ni quiero estar) y Miguel desapareció con Pablito, nunca hubiera imaginado que tenían una relación.
Yo por mi parte, no voy a decir que me regeneré, porque sería mentira. Lo que sí puedo afirmar, sin mentir ni dudar, es que voy recopilando todo lo que escribo. Máquina de escribir en mano, siempre que puedo, desato el cordón de mis ideas y transcribo lo que me viene a la mente... Tal vez sea por eso mismo que yo escribí todo esto que estás leyendo ahora, sin saber bien yo (ni vos tampoco) si fue real o no.
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