martes, 2 de junio de 2009

Mi sillón y todo lo demás

Un libro y un sillón, buena compañía para la lectura y la soledad. Mi sector preferido, donde puedo abstraerme y jugar con mi imaginación. Socio de páginas amarillas, Las armas secretas de Cortázar me miran con recelo y espera que caiga en la tentación. Lo ojeo, imagino su contenido, lo devuelvo a su lugar. El libro se enoja y termina abriéndose en la página 145, donde el comienzo es el final de esta lucha absurda.

Un viejo amor acude a mi mente como un torbellino, locuras adolescentes, impaciencias infinitas que me llevaban a convertirme en un impetuoso incorregible. El desencuentro, enemigo de toda historia de amor, es moneda corriente en ficción y en realidad. Posibilidades desaprovechadas, trenes que pasan una vez y nunca más los ves, todo esto viene volando hacia mí encontrándome aún en la tercera página. Las razones de mi cólera son confusas, no quiero recordar pero mi cabeza es un estanque lleno de cisnes memoriosos, un verdadero desastre para los amantes del olvido.Una relación enfermiza, dos desconocidos que se huelen y se desprecian como seres incompatibles que son. Él la quiere tener cerca suyo, ella carga en sus hombros un pasado doloroso, los amigos que propician la soledad pero en grupo.

La búsqueda de esa compañía, más allá mi sillón, mi lámpara de gas, ese capuchino tan rico que se enfrió tan rápido, es incesante para los seres despistados y enamoradizos. Se prefiere pretender paciencia, seguridad y hasta complacencia frente a la actitud desalmada de la otra persona cuando necesita menos de lo que le dan. Una similitud, un Pierre escuchando lírica alemana mientras besa los labios de Michele, donde el abrazo encadenado se convierte en cadena, sólo el sabor a sangre en la boca le permite entender el por qué ella se aleja enojada. La pasión que corre por mis venas, la sensación de que tal vez el relato concluya al dar vuelta la hoja y es preferible dejarlo así, inconcluso, a la mitad. O tal vez no. Aventurarse a terminar lo que uno empezó, como Roland y Babette con el tipo que abusó de Michele, porque ella ya es sinónimo de escopeta de dos caños, ella es en mi imaginación un ser que prefiere la soledad antes que vivir otra vez ese momento tan escabroso.

La luz tambalea, creo que el viento está haciendo alarde cerca de la ventana del baño. Me acerco y es la nada misma, afuera no hay más que árboles, dos autos que pasan velozmente y un viejo revolviendo la basura en la otra esquina. Pienso que otra vez mi mente está jugando conmigo. En ese interín se escucha a lo lejos una moto y mi Guardián empieza a ladrar casi enajenado, actúa como Bobby cuando Pierre se aleja en su vehículo de dos ruedas para aclarar un poco sus ideas. No termina de convencerme esa figura buscando algo de comer entre la porquería, pero siento que Michele me necesita y vuelvo al living para continuar con la travesía.

Un amigo, soporte de tempestades, camarada de glorias y presente en las desdichas, me llama antes de volver a la literatura. Me sorprende con nimiedades, una mujer que le hace la vida imposible pero que le gusta cada día más, problemas para conciliar el sueño y una cantidad importante de pensamientos paralelos lo están asfixiando. Pide mi consejo, atino a responder que lo mejor es equivocarse una vez para no hacerlo más y que tengo que terminar de leer este libro cuanto antes porque lo necesito. Él comprende la situación y automáticamente corta la comunicación sin dejarme decir “chau”. Distinto es Xavier, conocedor del insomnio y creador de sueños a base de pastillas y un buen té.

Finalmente tengo en mis manos el tan valioso objeto, lo abro directamente en donde me encontraba y me zambullo de una para que nadie me interrumpa esta vez. Leo de corrido su contenido, casi sin respirar, para tener una primera impresión. Termino mi lectura y siento que algo me falta, que Julio quiso dejar la sensación de inconcluso al lector. Releo párrafos, busco a Michele como si fuera Pierre, como si ella pudiera darme alguna respuesta a tanto enigma. Ella no puede, ni quiere, decirme nada. Se esconde en su habitación y cierra con llave desde adentro, el perro ladra y ya no sé si es Guardián o Bobby. La bola de vidrio me viene a la mente, siento que la toco pero al abrir los ojos me estoy quemando con el fuego de la vela. Vuelvo un poco en mí, veo que efectivamente mi perro está ladrando en dirección a la ventana y hay una silueta iluminada por las luces nocturnas. Atino a quedarme inmóvil y hacerle un gesto para que Guardián venga hacia mí. Él no me comprende, continúa ladrando y la silueta desaparece. Entonces me digo para mis adentros que ya está bien de ficción por hoy, un vaso de coñac y un gauloise vendrá bien para apaciguar estas ganas de volarle la cabeza a alguien con la escopeta que tengo detrás del sillón.
Andrés