jueves, 22 de noviembre de 2007

Cambios para que nada cambie

Lo mismo de siempre, lo que sucede cuando la codicia domina al hombre. Simple pecado capital que puede provocar malestar en una región y hasta una nación entera.
En el marco del nuevo plantel gubernamental, la denuncia por coimas para cajonear una ley referida a los tickets alimenticios provoca tensión entre nuestros gobernantes.
Y no es casualidad que este año esté plagado de casos similares, por casos de en los que hay dinero de por medio y cuyo destino no es lícito.
Las coimas, el dinero destinado a fines no legales, no son algo nuevo. Y la nueva gestión que tomará el mando del gobierno argentino a partir del 10 de diciembre próximo tiene ya una mancha en su expediente.
Si tenemos memoria, podremos recordar que no hace mucho tiempo, una Ministro de Economía de apellido Micelli fue sorprendida por el cuerpo de bomberos. Realmente fue sorprendida ella y todos los ciudadanos, dado que pocos se imaginaban que en el baño privado de la mencionada funcionaria habría más de US$ 300.000.
La pregunta de todo ciudadano, quien cumple con su derecho cívico cada vez que corresponde, es ¿por qué siguen sucediendo estas cosas?
La respuesta es más que simple: el poder es traicionero, y como muy pocas personas tienen la convicción y templanza para no dejarse corromper, suceden estos hechos de coimas, fraudes y decepciones para la mayoría de la población. Caer en la tentación de
Y esto puede generar otra inquietud: ¿cambiará en algo el gobierno, luego del 10 de diciembre? ¿Será solo un bastión de batalla la dupla Cristina – Cobos, una fachada para enmascarar un mismo gobierno con nombre de pila diferente?
Los cambios suelen ser progresivos, en todos los gobiernos sucede, pero también surge el dilema de no tener una opción competente para enfrentarse al titán que venció en casi todas las bocas de urna del interior del país.
Los hechos de fraude no son nuevos, como se mencionó anteriormente, y es por eso mismo que los argentinos no se sorprenden cuando escuchan por radio o ven por televisión: “el ministro tal fue sorprendido por una cámara oculta ofreciendo tanta cantidad de dinero para que suceda tal cosa o no suceda tal otra”.
No es nuevo para el ciudadano argentino promedio, que se acostumbra a que le metan la mano en el bolsillo, que quienes tienen cargos políticos actúen de manera monárquica e impune. Y es este, el ciudadano promedio, el que piensa que si estuviera en el lugar de los funcionarios, seguramente haría las cosas mejor.
Si existiera dicha posibilidad, y un hombre de bien pudiera tener un cargo político, intentaría hacer las cosas de la mejor manera posible. Claro está que el poder puede generar codicia y generar hambre de más poder.
Tal vez sean estas irrefrenables ansias de poder que sufre el hombre, esta ambición, las que le hacen creer que poseyendo más bienes vale más. Nada más alejado de la realidad. Pero en el mundo en el que vivimos actualmente no existe algo más pesado que el dinero. Los magnates, los posibles “dueños del mundo”, quienes con el movimiento de un dedo construyen castillos y mueven montañas, son insensibles. Creen que los sentimientos son para seres débiles, porque llegaron al lugar que llegaron por mérito propio, o porque simplemente su familia siempre fue de buen pasar.
Si al fin y al cabo los que tienen poder económico son quienes deciden el destino de las naciones. Ninguna familia de clase media llegará jamás a tener una relación parental con las personas del gobierno, con esos seres de saco y corbata, de uniforme específico, preparados para el disimulo. Los actos de nobleza siempre están teñidos de una búsqueda de mérito personal impostergable. Y eso, es una verdad insoslayable.
Poeta desprolijo

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